CUENTISTAS CRUCEÑOS

Thursday, March 17, 2005

EL CARRETON DE LA OTRA VIDA

COIMBRA SANZ GERMAN

Entre las leyendas de mi tierra, esta es una de las mas singulares por no tener explicación lógica. Muchas otras al igual que en los tiempos de la humanidad primitiva, tienen su origen en los fenómenos naturales, inexplicables para aquellas mentalidades. Pero el carretón de la otra vida no tiene en nuestros cuentos ni siquiera una utilidad practica, como llevarse las almas al otro mundo, ni de ella se saca una consecuencia moralizadora o ejemplar. Su único objeto es el de atemorizarnos cuando en la soledad de la noche sentimos su paso por las arenosas calles o atravesando la interminable llanura.Pero la imaginación no se conforma con percibir su traqueteo óseo. Y la fantasía, como una vieja campesina, algo cuentera o trasnochadora va formando al principio de la leyenda para después creer en ella como en los milagros de San Cayetano. Porque, quien puede dudar que hace mucho tiempo .... en un lugar ... hubo un hombre...Este hombre se llamaba Benigno Royo, aunque en los alrededores era mas conocido como Maligno Rayo debido a su crueldad. Pues bien, este señor era dueño de vidas y haciendas en sus extensas propiedades en la que se dedicaba ala agricultura y a la ganadería. Su ley era semejante a las que empleaban casi todos los patronos de aquel tiempo. Consistía en un formidable látigo que el llamaba “disciplina”. A fuerza de imponer su ley había extendido sus cultivos y por ende, necesito de un nuevo carretón para transportar sus cosechas. Para esto mando llamar a un famoso “ruedero” para que le trabajara un par de ruedas y le hiciera el carretón.No se vaya a pensar que el ruedero era un obrero vulgar. No, este era y sigue siendo un personaje a quien es menester prestarle las debidas consideraciones, el es un “entendido”, un hombre “racional” al cual se le daba el tratamiento de don. En la casa se sienta en la mesa del patrón y conversa con gran aplomo y gravedad sobre diversos temas.Don Pedro Gonzáles era el nombre del ruedero. Como veréis no era cualquiera. Llego a la casa de don Maligno poco después del mediodía. Nadie salió a recibirlo y tuvo que esperar que el patrón terminara su siesta. Se lo invito a almorzar y tuvo el convencimiento que eran sobras lo que le daban pues no advirtió nada especial en la comida. Tanto desaire le produjo un profundo resentimiento. ¡No era para menos!Así fue como don Pedro, con todo su fama y los misteriosos dones que se le atribuían, soporto, además, el malhumor que seguía la prolongada siesta del amo. Al fin cerraron el trato, y pocos días después estuvo terminado el carretón. Al menos así lo manifestó don Pedro, pero don Maligno no fue del mismo parecer. ¡Claro como iba a aceptar ese montos de palos! No, eso no servia para nada. “Al fuego”El trabajador se indigno, se indignaron ambos, se prendió el fuego y ... gano el mas fuerte.Don Pedro Gonzáles, el ruedero, fue a dar al “banco” y el carretero, el mas servil, le dio en nombre de su patrón cincuenta azotes bien dados. Además, le impuso la obligación de hacerle otro carretón conforme a sus gustos.Dicen que el odio solo sirve para destruir, puede ser. Lo cierto es que don Pedro trabajo lleno de odio y el carretón bien hecho. Sin embargo, no falto quien observara que mientras trabajaba efectuaba ciertos artificios que pronto se confirmaron como producto de sus misteriosos poderes.Fue cosa por demás evidente que cuando llego a la casa de don Maligno para entregarle el nuevo carretón, lo encontró muerto, si señor, muerto por causa inexplicable, y lo pero de todo, fue la amenaza de don Pedro Gonzáles: “No dejare que su cuerpo descanse bajo tierra hasta que halla pagados todas sus crueldades”. Los deudos le creyeron, no podían dudar de un hombre que tenia fama de “sabido”.Entonces el carretero, aquel que flagelo a don Pedro, mas por temor a una venganza que por fidelidad a su amo, subió el cuerpo de este al flamante vehículo buscando un lugar donde enterrarlo. Pero he aquí cuando se disponía a hacerlo llegada su enemigo y el carretón seguía rodando.Persona vieja y seria como don Aniceto Parada, asegura que el abuelo de su abuelo presencio el entierro de don Pedro Gonzales, pero que es muy probable que su alma sigue persiguiendo las almas de don Benigno y de su carretero, y que el carretón, a juzgar por el tiempo transcurrido, también es de la otra vida.Será por esto que nadie puede asegurar haberlo visto, sin embargo, todos hemos escuchado su paso destartalado en noches de miedo y alucinación. Y si vosotros también queréis oírlo, salid de las ciudades de vida noctambula, artificial, y venid a los campos y una noche cualquiera desde vuestra alcoba escuchareis pasar por el camino, dando como siempre, arrea los bueyes hacia lo desconocido.


LIBRO: CUENTISTAS CRUCEÑOS
EDITORIAL SERRANO 1974

UN EXTRAÑO SUCESO

Guido bravo Rodríguez

Después de permanecer dos días en el pueblo al que fue a comerciar su producción de maíz, Eusebio Tomicha se apresto a volver a su “chaco”.

Regresaba ya en su carretón, lento y chirriante, por las caminos, fangosos en tiempo de lluvias y polvorientos y llenos de baches en época seca, que el tanto conocía por haberlos recorrido durante la mayor parte de su vida. Vendido su maíz a buen precio, volvía a su casa satisfecho en la medida en que podía estarlo un hombre que como el, contaba con numerosa prole y cuya magra economía alcanzaba a suplir sus necesidades mas urgentes y, a veces para algún gasto extraordinario.

Ahora, por ejemplo, llevaba a su mujer una maquina para moler granos y carne. Eusebio, tal vez no alcanzaba a comprenderlo, pero aunque podía conformarse por que le iba mejor que a muchos campesinos de la región, era como ellos, un hombre “sin horizontes”. Verdad que sus hijos tenían la suerte de poder asistir a la escuelita rural, mal atendida y peor equipada, donde una única maestra enseñaba a los cincuenta alumnos asistentes a los tres primeros cursos básicos. Otros como el no podían mandar a sus hijos ni a esa escuela por tenerlos que utilizar en las tareas del campo y ahorrar de esa manera algún jornal. Eusebio Tomicha apenas si se daba cuenta de estas cosas porque su única satisfacción y, tal vez su única preocupación, consistía en proveer a su familia de los alimentos indispensables y lo necesario para vestir, además de algunos utensilios para el hogar como el que ahora llevaba cuidadosamente empaquetado. Por eso iba contento y arrullado por el monótono chirriar de las ruedas del carretón. De rato en rato silbaba distraídamente y en sordina, el taquirari que escuchara hacia poco en el pueblo.

Pasaron las horas, y lenta, muy lentamente aproximábase a su destino. De pronto algo que no pudo explicarse, lo sobresalto sacándolo del letargo en que se había sumido. Entonces advirtió que pasaba por delante de la propiedad de su compadre Ramón Chuve. La casa de Chuve distaba unas sesenta metros del camino. Las últimas luces del día alargaban ya las sombras. Alcanzo a ver a su compadre recostado en la hamaca que colgaba delante de la casa, mirando hacia el camino. Lo saludo con la mano por no obtuvo respuesta.

Instantes después llego por fin a su casa. Era noche cerrada cuando ingreso a la estancia.

¿Qué novedad Justina?
En la casa ninguna. Todos estamos bien, gracias a Dios. Nadie se ha enfermado, ni siquiera los animales.

Y a vos ¿Cómo te fue?
También bien, gracias a Dios. Vendí todo el maíz que lleve, a buen precio y te traigo la maquina que me encargaste.
¡Ah! Me olvidaba contarte una desgracia!
¿Qué cosa? Pregunto sobresaltado Eusebio.
El compadre Ramón murió ayer de un rato a otro.
Hoy lo enterramos ¡Pobre mi compadre! ¡Tan bueno que era!
Un escalofrió intenso recorrió la columna vertebral! De Eusebio Tomicha.


LIBRO: CUENTISTAS CRUCEÑOS
EDITORIAL SERRANO 1974